La sangre llama

Noviembre 29, 2022

Ayer, junto con cinco colegas más, fui de reconocida en el Senado de México, por mi labor periodística. Gracias a la invitación del senador poblano Alejandro Armenta Mier, se me permitió exponer y abrir una conversación a favor del periodismo. 

Sí, en Puebla existe un periodismo que aún vive en el pasado y cuyas canonjías obtenidas por estar al servicio del poder le han puesto una máscara al “oficio más bello del mundo”, como diría Gabriel García Márquez. Es una plasta que nos ha mutilado. Pero también hay que decirlo fuerte: en los tiempos de transformación que hoy se enuncian públicamente y con tanto ahínco, hay medios y periodistas que vivimos con dignidad y a costa de todos esos embates cobardes y leguleyos. Periodistas que resistimos a la violencia oficial y buscamos a cómo dé lugar seguir haciendo periodismo auténtico, libre e independiente.

Es deber de todo Estado democrático garantizar la libertad de expresión, una facultad que debe siempre ser pilar de la democracia misma. El periodismo libre, sin restricciones, sin candados ni grilletes no debe ser una fantasía. La libertad de expresión no puede convertirse en un discurso vacío, tampoco en una muletilla política o en un elemento retórico. El periodismo ha sido, y debe seguir siendo, puente de comunicación entre la sociedad y sus gobernantes.

El periodismo es aliado de la sociedad, cuya agenda es pública y su tenor es ético. Por lo tanto, el periodismo no está al servicio de la élite política, su agenda no es panfletaria y sus códigos no los dicta el capricho de la autoridad ni está sujeta a los vaivenes del gobernante en turno.

Entender el periodismo de esta manera es apostar a que, tanto la élite de los grupos de poder como gran parte de quienes buscan ejercer el periodismo en el país, desaprendan prácticas que subordinaron este digno oficio a ser la mano oculta que entrega misivas veladas, que proporciona verdades a medias o difunde mentiras burdas.

La tarea cotidiana no es nada fácil: En el camino existen obstáculos que, bajo el eufemismo de “prácticas comunes”, impiden a los medios de comunicación ejercer un periodismo sin ataduras y los convierten en blanco de ataques, persecuciones, amenazas e intimidaciones.

El ejemplo más claro lo vivimos en Puebla, donde la diversidad de opiniones es objeto de estas prácticas y los medios de comunicación vivimos acotados y en continuo toque de queda desde el poder, donde si bien la información circula condicionalmente también se le condena y se persigue a sus emisores. De manera constante se nos señala y se nos acosa, convirtiéndonos en enemigos por decreto.

Existe en Puebla una necesidad desproporcionada por controlar el discurso y encajonarlo en un modo particular de vivir el ejercicio de poder, debilitando sin pudor alguno la crítica, la opinión diferenciada, el malestar social y las dudas de quienes no piensan igual, o no ven igual, o simple y sencillamente no entienden de la misma manera la política.

El Estado debe garantizar que la libertad de expresión no sea una moneda de cambio, que la relación poder-prensa no sea de amasiato sino de respeto a la profesión, sin que la extorsión, ni la persecución política, las amenazas o el acoso sean la balanza de la negociación, malévolos mecanismos de presión a los que acude a su antojo la autoridad.

Es hora de que los funcionarios públicos garanticen la libertad de expresión y fortalezcan la democracia por el bien de las y los mexicanos. Es el momento justo de reconocer que sin un periodismo libre no hay una sociedad libre, ya sea en mi querido estado de Puebla o en mi siempre amado México.

 

*Mujer, madre y periodista incluida en la lista de 100 Mujeres Líderes del periódico El Universal, máster en Periodismo por la Complutense de Madrid y licenciada en Comunicación por el ITESM. Actualmente, y hasta que el cuerpo aguante, directora de elpopular.mx

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de El Popular, periodismo con causa.

 
 

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