Francis Wolff, un filósofo en Tlaxcala

Noviembre 05, 2019

¡Si se vence sin peligro se triunfa sin gloria! ¡No hay estética sin ética!

Para entender la moral de la corrida de toros hay que comprender que no se puede matar al toro sin arriesgar la vida. Sólo le puede dar muerte el valiente que pone en peligro su propia vida.

Son algunas de las reflexiones expuestas por el pensador galo Francis Wolff, el pasado viernes 31 de octubre en la ciudad de Tlaxcala.

Un doctor en letras, escritor, catedrático. Un sacerdote, rector del seminario de Tlaxcala con licenciatura en filosofía. Un filósofo francés, escritor y catedrático de diversas universidades. Fueron las tres personalidades que hablaron de la fiesta de los toros en el magno Teatro Xicohtencatl, inaugurado en 1874.

Si tres eruditos, quienes no ganan ni un centavo de la tauromaquia, hablan bien de ésta, es evidente que algo bueno tendrá. “Algo tendrá el agua cuando la bendicen,” dice el refrán. Y dice bien.

Se trata del poblano José Antonio Luna Alarcón, el tlaxcalteca Ranulfo Rojas Bretón y el francés Francis Wolff, en ese orden los intelectuales compartieron parte de su forma de ver la fiesta de los toros, ante un público que casi llenó el recinto teatral.

Comparto los conceptos de Francis Wolff, guionista y personaje de la película Un filósofo en la arena, exhibida este año en cines de diversas partes del mundo. El intelectual europeo es un hombre sencillo, con buen sentido del humor. Ya había estado en Tlaxcala como se aprecia en dicha película. Las escenas más largas fueron las de Tlaxcala, pero no por ocurrencia, hubo un motivo.

El objetivo de la película fue entender por qué la sociedad urbana rechaza actualmente la tauromaquia. En Tlaxcala descubrieron, Francis y los productores, dos culturas populares asociadas entre sí: la memoria viva de los difuntos y la fiesta taurina.

Los habitantes de las grandes ciudades han perdido todo contacto con animales salvajes y se han concretado a mascotas totalmente humanizadas. Es la primera vez en la historia de la humanidad que los seres humanos han creado animales para que no hagan nada, ni caza, ni trabajo, que únicamente duerman en el sofá y darles golpecitos cuando los dueños lleguen a casa.

En las grandes ciudades han olvidado la fiesta y rechazan la idea de la muerte. Mientas tanto aquí en México, particularmente en Tlaxcala, hay una sabiduría: entender que la muerte es parte de la vida. Que la manera de hacerla menos aterradora es domesticarla en una celebración en la que nos sentimos vivos. La fiesta taurina transforma la lucha del toro hasta la muerte en un himno a la vida. Y qué es el toreo: la creación de belleza con el miedo a la muerte.

Dice el francés: “nunca podré sentir esas dos emociones al mismo tiempo: la belleza y el miedo, en ningún otro sitio, fuera de los cuernos, se pude saborear la fusión íntima, porque normalmente son dos emociones incompatibles.”

Eso es lo que siento ante un pase natural profundo, o una faena de antología; esa belleza jamás podré tenerla, agarrarla o detenerla, porque se me escapa en el mismo momento en que me ha sido dada. Cada segundo que perdura es algo así, es un milagro.

Una gran faena es el milagro de la creación continuada.

En una corrida no podemos vivir sólo la belleza apaciguada. La belleza sola sería aburrida, insípida.

Tampoco podemos sentirnos satisfechos con el miedo por el torero. El miedo solo, sería insoportable. Juntas estas dos emociones se funden en nosotros en una sensación sola, improbable e incomparable, es cuando surge de nuestras entrañas el olé.

¿Por qué defender la fiesta taurina? Se pregunta y se responde el filósofo

¿Sólo porque es una tradición? No, no lo creo, la tradición nunca es una razón suficiente. Hay tradiciones absolutamente detestables, como el suicidio de las viudas en India o la mutilación sexual de niñas en determinados cultos religiosos, pero los toros no son sólo tradición, son una verdadera cultura, coexistir con discursos taurino, vivir próximo a los toros, relacionarse desde niño son elementos que han forjado para la percepción de este singular espectáculo.

De esta forma, lo que sería visto como un acto de crueldad en Londres, Boston o Estocolmo, se comprende si vives sintiendo valores como un acto de respeto del hombre hacia el animal.

¿Por qué vamos los aficionados a los toros?

No es un gozo perverso o maligno, es todo lo contrario. Hay admiración hacia la bravura del toro, por su poder, por su incesante acometividad a pesar de las heridas y de sus fracasos (por coger los avíos). Por supuesto, también admiración al valor del hombre por su audacia, su coraje, su sangre fría, su coraje y su inteligencia en relación con el adversario.

Vamos a la plaza por encima de todo a admirar. ¡Una corrida de toros es el más sano y más delicioso de los placeres!, dice Wolff.

Admirar la inteligencia del hombre y la bravura del toro, son dos ingredientes indispensables para el placer taurino.

El ataque de una bestia, el instinto me haría huir, es la reacción natural de un hombre; un torero aguanta; además es la reacción que esperamos de su oficio.

La quietud vence al movimiento, la verticalidad se impone sobre todo, la calma supera. La astucia triunfa sobre la fuerza bruta, el placer taurino está en esa emoción.

Hay otra parte de placer: la emoción propiamente estética, la belleza supone elegancia, armonía de los movimientos, perfección de las formas, composición equilibrada, el toro es su adversario, la embestida es su compañera. Sus tijeras, sus pinceles, sus instrumentos de artista, son el capote, la muleta y su propio cuerpo. La belleza nace de la manera en que el torero forma y conforma la embestida, despojándola de todo salvajismo, sin sobresaltos, sin golpes, calmando su naturaleza, haciéndola concordar con su voluntad como si fuera un juego.

La corrida de toros puede hacer sentir al mismo tiempo en el cuerpo y en el espíritu, todas las emociones contrarias: tensión, calma, miedo, serenidad, armonía, sufrimiento, belleza. Sé porque voy a los toros desde hace 50 años. Incluso si alguna vez salgo decepcionado, incluso si el vecino de atrás me golpea y me clava la espalda el pie. La corrida de toros puede crear belleza con el riesgo de muerte, no puede haber estética en la corrida de toros sin el respeto de las normas éticas.

Fueron algunos conceptos vertidos por Francis Wolff, un filósofo en Tlaxcala.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de El Popular, periodismo con causa.

 
 

Cartones